GUIMARÃES, AL ESTILO LITERARIO DE CLARICE LISPECTOR*
Esculturas del tiempo en las calles de Guimarães
Guimarães, la cuna de una nación, donde los siglos bailan con las sombras de los muros que resisten. “Portugal nació aquí”, reza una inscripción en una de las calles de la ciudad.
Sophia se mudó aquí en 2012, año en el que Guimarães era la capital europea de la cultura y todos los caminos parecían conducir allí. Sophia es una artista que encuentra en su arte un refugio ante los misterios de la vida mundana. Cada mañana, abre las cortinas de su pequeño estudio y deja que la dorada luz del sol teja una nueva historia en sus esculturas de arcilla. Sintiendo la maleabilidad de la tierra en sus manos, Sofía reflexiona sobre la impermanencia de la vida. Las formas que le da a la arcilla son como la existencia misma, moldeadas por manos invisibles y susceptibles al toque del tiempo. El aroma del café recién hecho flota en el aire mientras Sophia realiza sus tareas diarias. Sus dedos, diestros y delicados, dibujan formas que captan la esencia de la ciudad y las líneas fugaces de la vida cotidiana.
Si hay algo fascinante en la rutina diaria es que no borra las dudas nuevas o viejas que se repiten y que se ciernen como sombras sobre el día. Cada día, Sophia se preguntaba si las formas que esculpía resistirían el paso del tiempo, si sus manos serían capaces de congelar la esencia de Guimarães o si, al final, todo se desvanecería como el aroma del café recién hecho.
Al final de la tarde, cuando las plazas históricas cobraron vida, Sofía se permitió escapar por los caminos empedrados que dominan la ciudad. Largo do Toural, palpitante de actividad, era uno de sus refugios favoritos. Allí, sentada en un café discreto, observaba cómo se desarrollaba la vida ante ella como una obra de teatro improvisada. Le encantaba ver pasar a la gente, le encantaba cuestionar el significado de la efervescencia que lo rodeaba. Las relaciones que presenciaba en las plazas eran como pequeños dramas, y se preguntaba si sus propias escapadas amorosas no serían sólo escenas de una gran actuación.
Fue en esos momentos que conoció a Bernardo, un músico errante cuyas notas de guitarra resonaban entre las fachadas centenarias. Bernardo, con ojos que reflejaban historias nunca contadas, se convirtió en su cómplice de sus escapadas amorosas por la ciudad. Entre risas susurradas y promesas hechas al viento, compartieron el presente como si el pasado fuera solo una sombra lejana. Sofía necesitaba ese escape, ese presente sin pasado ni futuro que le aportaba Bernardo.
Y en los suspiros compartidos, sinceramente, surgieron preguntas abiertas sobre la naturaleza efímera del amor. Cada promesa hecha al viento traía consigo la inseguridad de saber si esas palabras resonarían en el futuro o si serían absorbidas por el silencio del tiempo.
Las noches vieron a Sofía y Bernardo explorar rincones escondidos de Guimarães, donde los callejones se convirtieron en testigos de abrazos robados y confesiones susurradas. Bajo la luz de la luna que bañaba la ciudad, escribieron su propia historia, una narración de pasión entrelazada con las piedras antiguas que fueron testigos de siglos de romances efímeros. Cada calle recorrida parecía un breve capítulo, una narración presente que ignoraba si estos abrazos aquí registrados serían recordados para siempre o irremediablemente perdidos en los vanos callejones de la memoria.
Hay preguntas para las que no tenemos respuestas. Así es vivir. Y entre encuentros fugaces y esculturas que cobraban vida en sus manos, Sofía vivía.
A medida que Sophia se sumergía más profundamente en Guimarães, su ojo artístico buscaba inspiración en los lugares de la ciudad. En el Castillo de Guimarães, donde piedras centenarias susurraban secretos de batallas y conquistas, encontró metáforas de la resistencia de sus propias creaciones. Los muros, testigos silenciosos de la historia, eran como las estructuras que ella construyó con sus manos, desafiando el tiempo.
Caminando por las callejuelas medievales del centro histórico, absorbí la esencia de las plazas donde convergían pasado y presente. La Praça de São Tiago, con sus casas medievales cuidadosamente dispuestas, era como un lienzo vivo donde las historias de la ciudad se entrelazaban con sus propias narrativas esculpidas. Justo al lado, en la Praça da Oliveira, un olivo centenario fue testigo del pulso de la vida a su alrededor. Sólido, robusto, como sus propias obras, arraigado en la historia de la ciudad. Y, mientras Bernardo rasgueaba melodías a la luz de la luna, Sophia se sentía parte del lugar de nacimiento que la acogía.
Cada vez más, para Sofía, Guimarães no era sólo un escenario, sino una musa constante, que la invitaba a revelar su mundo interior. Cada escultura, cada pincelada, representó una respuesta a un llamado. En cada esquina, en cada plaza, Sophia sintió el pulso de una ciudad que la desafiaba a trascender las fronteras de lo fugaz, creando algo que perduraría en el tiempo, tal como las piedras centenarias que pisaba.
* Este texto fue diseñado a través de la colaboración entre la inteligencia artificial y la creatividad humana, en un intento de capturar el espíritu literario de la reconocida autora Clarice Lispector. En las calles de la cuna de Portugal, nos topamos con la historia y el arte, en la búsqueda de la esencia que tanto caracteriza la obra de este escritor y periodista brasileño, nacido en Ucrania. El portugués es, por esta razón, el idioma hablado y escrito en Brasil.